Aromas

Algunos dicen que todo comunica. Todo. También que la distancia, el tono, los gestos, y la mirada modifican la intencionalidad del mensaje. Si bien no he dicho nada nuevo, para mi lo que ingresa por nuestra nariz es fundamental. Los perfumes hablan y mucho. Existen aromas in- des- crip- ti- bles, tanto por lo lindo como por lo feo. Aunque debo reconocer que en lo considerado feo se enmaraña una belleza poco explorada, o divulgada cuanto menos. La calle es el ambiente perfecto para un catador de perfumes amateur. Los aromas reflejan intencionalidades implícitas o explícitas en la actitud de los transeúntes. La adolescente flogger que con la última fragancia importada “teen” intenta entre pasos “punchi” y zapatillas fluorecentes despertar el amor de su compañerito. El joven fachero que bañado en “Axe” y peinado “a la gomina”, como dice mi vieja, sale a pasear junto a su perro gigante, que cuanto más grande y fuerte sea, pareciera ser un símbolo de virilidad en ebullición. Pero los aromas y sus correspondientes intencionalidades no corresponden solo a los jóvenes. Hay de aquellas señoras, que también acompañadas por perros, pero de poca envergadura, intentan mitigar los olores del paso del tiempo con aromas extraídos de algún catálogo de la vecina.
Los olores significan, hablan, cantan, insinúan, se escapan.
Líneas atrás hablé sobre la belleza oculta de los olores llamados comúnmente “feos”. Son aquellos aromas resultantes de jornadas enteras de trabajo bajo el sol, de largas colas en busca de algo que sirva para darle de comer a la familia, de jugar a la pelota con amigos, de “agite” por una bandera y de pasiones encontradas. Esos también son aromas lindos. Inclusive más importantes que cualquier perfume francés. Por lo menos para mí.
La calle es el habitad natural en el que se entrecruzan aromas y deseos. Tanto del que por roñoso no se bañó y se roció en desodorante, como de la belleza, que consciente de serlo, reafirma su condición con una fragancia capaz de levantar a Lázaro de la tumba nuevamente para disfrutar solo por un segundo del aroma que invadió el ambiente tras su paso.
Un mundo de fragancias, aromas y perfumes está a la vuelta de la esquina, solo hace falta meter las narices.